Cooperativa Candela es una entidad sin ánimo de lucro fundada en el año 2004 en Barcelona con el objetivo de contribuir a una transformación social basada en la educación en valores con perspectiva feminista y comunitaria.
Hoy, Candela es una cooperativa de trabajo, pero vamos a nacer como colectivo político y luego vamos a pasar a funcionar como asociación. Trabajamos en el ámbito de la educación haciendo prevención de las violencias machistas, educación sexual y temas de diversidad sexual y de género.
Nos organizamos en varias patas. Hacemos formación y sensibilización. Elaboramos material propio en forma de guías y otros recursos pedagógicos. También tenemos la Lore -el proyecto de atención, asesoramiento y acompañamiento a jóvenes en temas de sexualidad y de relaciones- y el proyecto de colonias para jóvenes LGTB que antes se decía Oasis y que ahora se llama Bandada.
El proyecto salió de las ganas de empezar a hacer educación feminista en un momento, año 2004, muy diferente al actual. Una de las cosas que nos define es que, nosotras, primero éramos activistas feministas y, desde esa militancia, creamos la entidad. Por lo tanto, la perspectiva feminista y el trabajo de calle nos acompañan de origen. Venimos de los movimientos sociales anticapitalistas, feministas y LGTB.
Desde que empezamos hasta ahora, han salido un montón de entidades que se dedican a la educación feminista y eso es positivo. Son entidades que en un primer momento se concentraban en la ciudad de Barcelona, pero que luego han ido extendiéndose por toda Cataluña. Esto permite que el trabajo lo hagan las personas que trabajan desde el territorio, desde la proximidad.
Las cosas han cambiado mucho, pero todavía tenemos la misma necesidad de acompañar a la gente joven y contribuir a que tengan relaciones más sanas, una sexualidad más plena y a seguir trabajando para acabar con el machismo.
Un proyecto en constante evolución
Nuestro foco de actividad es, sobre todo, las personas jóvenes y todo aquello que órbita alrededor de ellas. Es decir, la comunidad educativa, las familias y las instituciones, sobre todo las técnicas municipales (de igualdad, juventud, educación…). Empezamos con un proyecto pequeño de talleres que se decía Sexualidad, amor y violencia y, pronto, vimos la necesidad de trabajar también otros temas como las masculinidades o el empoderamiento de las chicas. Después aparecieron las redes sociales y, con ellas, nuevas violencias que no queríamos obviar. También hemos creado proyectos en otros formatos como la Lore que es el proyecto de atención y que salió de la sensación de que, para algunos jóvenes, los talleres puntuales quedaban un poco como un bolso y que había que ofrecer un espacio que hiciera posible la continuidad para quien lo necesitara. Las colonias Oasis surgieron de una manera parecida. Vimos la necesidad de ofrecer un espacio seguro a los jóvenes LGTB, de crear un modelo de ocio libre de homofobia y, por ello, nos decidimos a poner en marcha.
Nuestro crecimiento ha sido bastante coherente en el sentido de que nos hemos ido adaptando a lo que detectábamos que hacía falta. Por ejemplo, ahora, a raíz de lo que hemos vivido en la pandemia -y del aumento del nivel de autolesiones y de los intentos de suicidio entre la población más joven- vemos muy claro que es necesario abrir una línea que trabaje específicamente el cuidado en salud mental.
Cuidarse en un sector precarizado
Cuidarnos a nosotras mismas como miembros del colectivo no es sencillo. Es un proyecto de trabajo y, como ocurre en la mayoría de cooperativas, somos trabajadoras autoexplotadas. Eso sí, somos compañeras y nos apoyamos. Cuando una no pasa por un buen momento, no está fina o no puede intensificar el ritmo de trabajo, no pasa nada. Hemos trabajado mucho en el régimen interno de las trabajadoras de la cooperativa e intentamos tener en cuenta las diversas conciliaciones -no sólo el cuidado infantil- pero cuesta porque la precariedad es fuerte. Sí hemos tomado decisiones como respetar los horarios y el descanso de los fines de semana o no programar actividades los viernes por la tarde. Lo hacemos en la medida que podemos.
Por otro lado, como ocurre muy a menudo dentro de la comunidad educativa, trabajamos con mucha gente de orígenes diversos, pero esta gente no está representada en la entidad. En nuestro caso, sí que lo están en el trabajo de talleristas, pero no como socias. Hacemos mucha formación interna sobre el tema pero somos conscientes de que, aquí, tenemos una carencia de que sigamos trabajando.
La necesidad de un cambio estructural
Ahora mismo, si nos centramos en el ámbito de la educación, las condiciones en las que están y trabajan escuelas e institutos son invivibles. Ha habido un paso atrás por la falta de recursos y los profesionales trabajan bajo mucha presión. Esto hace difícil que la gente tenga tiempo, medios y energía para plantearse, por ejemplo, cambios como la introducción de la educación feminista de manera transversal dentro de un instituto. Lo que tenemos ahora recae sobre las voluntades individuales y, si existe, es porque hay una parte del profesorado motivada y dispuesta a autoexplotarse para hacer cambios en su centro.
En Candela, tenemos claro que el cambio debe ser estructural y no puede depender de iniciativas personales porque si estas personas marchan del centro, el proyecto cae. Para construir una ciudad vivible hay que hacer mejoras en el sistema educativo. Si hacemos escuelas e institutos vivibles donde la gente tenga tiempo y condiciones de trabajo dignas la situación puede mejorar. Por ello, nos sumamos totalmente a las demandas sindicales de la comunidad educativa. Es urgente que haya cambios. Nosotras partimos de la idea de que la educación es la principal herramienta de transformación social y hacemos nuestro el lema: Educación para cambiarlo todo.